Ψ Psicóloga
     Lola Salinas

Los Sentidos

"Días después de nuestro último encuentro, sentada ante el ventanal que se abre al mar, recordé la escena y el lugar donde estabamos, podía ver nuestros cuerpos que íbamos desnudando poco a poco, la cadencia de nuestras caricias, miradas, palabras y pausas. Podía parar en mi mente cualquier escena en la que deseaba recrearme con más detenimiento.

Era capaz de experimentar, de nuevo, las mismas sensaciones, aunque no pudiera sentir con la misma intensidad. Todo estaba grabado en mi memoria, sólo tenía que tirar del hilo, parar una escena, rebobinar, ir a cámara lenta... y allí estaba mi oído, escuchando sus palabras, o mi piel recibiendo sus caricias, o mi olfato respirando su aroma dulzón, o mi vista recreándose en el ángulo de su mandíbula o en sus sólidos hombros.

Fui consciente en el recuerdo, de que todas esas sensaciones habían entrado a través de mis sentidos y habían hecho efecto en mi sensibilidad, en mi mente, en mi dimensión lúdica y mi capacidad de placer, sin que hubiera tomado plena conciencia de su participación. (Salinas, D., 2002)


Escuchar unas dulces palabras o unas palabras cargadas de erotismo, sentir el placer de recrearse con la vista en el cuerpo de nuestro compañero/a, disfrutar del sabor de la piel, del tacto del beso, de la textura de un pliegue, de la longitud de una espalda, de los ángulos de unas manos, del perfil de la cara, etc., son una fuente casi infinita de gratificación y de placer que podemos potenciar e intensificar en la medida en que somos conscientes de ello.

Nuestra vista ve y nosotros percibimos,  el efecto que esa visión tiene sobre nosotros es real y podría medirse en términos de reacción neuronal o de conducta, aunque no seamos absolutamente conscientes de lo que hemos visto en toda su amplitud o variedad de detalles. Es algo así como poder ver sin ser conscientes de que hemos visto. También sucede con el tacto, el oído, etc. En las relaciones sexuales gratificantes, normalmente el efecto que tiene nuestra percepción es placentera. Aunque no estemos con nuestra conciencia plenamente alerta, sin embargo, percibimos y reaccionamos. Quizá estamos más atentos a unos estímulos que a otros, sin embargo, parece que todos hacen su efecto en mayor o menor medida, en tanto que seamos capaces de percibir y no bloqueemos la sensibilidad o cualquier parte del proceso por cualquier motivo.

No obstante, la intensidad de la percepción y las posibilidades que nos genera tomar mayor conciencia de nuestros sentidos, uno a uno, potenciará infinitamente nuestra capacidad para el placer. No quiere esto decir que tengamos que estar analizando todos los gestos y situaciones que se produzcan, no. Se trata de aprender a "escuchar" a los sentidos, aprender a dar importancia a lo que nos están trasmitiendo, que al fin y al cabo son las vivencias en las que estamos inmersos.

Cuanto más consciente soy de lo que me dice alguien al oído y más relajado estoy en ese momento, más intensamente podré vivir esa situación, el significado de la frase, el tono en el que se me dice, el contenido de la escena, etc. En esos momentos podré intensificar más mi habilidad para desarrollar el placer, podré prolongar la situación. Se me grabará con más detalle lo que está sucediendo. Cada segundo cobrará más importancia. Por lo tanto, cada situación vivida tendrá un peso importantísimo, no tendré la sensación de que las cosas y las experiencias pasan por mí casi sin sentirlas, sino que yo pasaré por las cosas, recreándome, intensificándolas y ampliando la gratificación.

Los sentidos son nuestra puerta al exterior, son el medio por el que entramos en contacto con otros seres, son la fuente que alimenta determinadas sensaciones, pensamientos y sentimientos. De los estímulos a los que respondan mis sentidos, dependerá mi actitud hacia vivir determinadas situaciones o rechazarlas. Dependerán también mis recuerdos, mi conducta futura...

Estar atentos a lo que nuestros sentidos dejan pasar a nuestro interior es tanto como integrarnos en la experiencia o permanecer fuera de ella. Abrimos la puerta de par en par, la entornamos o la dejamos cerrada. Cualquiera de estas actitudes en mayor o menor grado van a determinar nuestra capacidad para vivir la realidad en su totalidad o parcialmente. Determinarán también el grado de riqueza de nuestras experiencias, la limitación o amplitud de las sensaciones que hemos sido capaces de explorar. Nuestra personalidad se va a nutrir de esas experiencias. Aprendemos a través de ellas a controlar (no reprimir) a atender a ciertos estímulos más que a otros, a reforzar ciertas vivencias que han sido más placenteras, a buscar aquellas situaciones que nos resultan más gratificantes.

Aprendemos a ser en la interacción con nuestro medio, por lo tanto lo que dejemos que nos alcance a través de nuestros sentidos, tomando plena conciencia de ello, pasará a formar parte de nuestra personalidad, de nuestra capacidad para descubrir, discriminar, seleccionar, elegir, recrear, proyectar, etc.

El entrenamiento de la conciencia alertada sobre los sentidos nos traerá también sensaciones desagradables, dolorosas o incómodas. Aprender a identificar estas sensaciones también ayuda a discriminar, a dar significado a las situaciones, a conocernos a nosotros mismos, saber lo que no nos gusta. La libre elección de lo que deseamos y lo que nos satisface no se puede hacer correctamente si no es con un nivel de conocimiento amplio sobre nuestras necesidades, nuestras preferencias y gustos. Para tener este conocimiento hay que saber cómo trabajan los sentidos, como funcionan en nuestra interacción con el entorno, como se relacionan entre sí, y hay que vivir las situaciones con plena conciencia de qué sucede en cada momento.



©Lola Salinas